arte alquímico de recolectar el rocío cosmico: El Perceptronium

La alquimia considera el rocío como un líquido precioso del cual se puede extraer el espíritu universal y emplear como una poderosa medicina. 

La alquimia es la ciencia de transformar las cosas utilizando el conducto de la naturaleza. Más que transformar los metales, los alquimistas buscaban transformase a sí mismos conforme a los principios de la armonía universal: la relación simbólica y simbiótica entre el cielo y la tierra. 

Entre las varias técnicas utilizadas dentro de este magno arte, la recolección del rocío tiene un lugar privilegiado, tanto por su importancia en la obtención de una medicina universal como por su refinación poética. Es dentro de lo que se conoce como «Espagiria», el «arte de separar y unir» o también «la alquimia vegetal», que está arraigada la práctica de salir al campo, especialmente en primavera, para recoger el rocío del amanecer del césped o de ciertas plantas (como el manto de la virgen o Alchemilla), con la particular influencia de la luna. 

La alquimia, en su antigua fortaleza, está cifrada de símbolos y hace de la misma naturaleza un símbolo viviente – por lo que las correspondencias emanan una cierta energía o una cierta influencia que se puede utilizar para operar cambios en el mundo natural. 

Las metáforas son utilizadas para ocultar los secretos pero también como un poder de conexión entre el significado y una acción magnética – la articulación de un lenguaje que refleja el encantamiento de la materia. Este es el caso del rocío, también conocido como «agua celestial» o «plata filosofal» y cuyo poder proviene tanto de su energía natural como de su agencia simbólica. 

Desde el origen de la filosofía humana el aire ha sido relacionado con el espíritu. La etimología nos dice mucho al respecto, tanto la palabra «alma» como la palabra «espíritu» nacen de palabras que significan «aliento» o «respiración». También desde la herencia griega tenemos la palabra «pneuma» que significa «espíritu» al igual que «aire.» En sánscrito el término «akasa» significa éter, y es tanto el espacio mismo como el espíritu que permea el espacio y la memoria inherente al espacio. También en el hinduísmo, la fuerza vital o «prana» está identificada con el aire y se obtiene, como es lógico, respirando. Es parte de nuestro inconsciente colectivo asociar el aire con el espíritu – también decimos que la creatividad ocurre como una inspiración – y creer que de alguna manera la vida llega a la tierra del cielo o que el espíritu desciende en su escala radiante. 

El rocío en la alquimia es la condensación de ese espíritu celeste. La humedad con el frío se condensa en gotas de agua. Esta transformación, del aire húmedo que impregna una superficie en gota de agua, ocurre debido a la radiación, especialmente en noches despejadas donde predomina la radiación infrarroja sobre la radiación solar (y en términos alquímicos la influencia de la luna y las estrellas). Esta radiación infrarroja pero también de rayos cósmicos y otras gamas de luz invisible impregnan la atmósfera de la energía del cosmos, la cual se materializa fugazmente en el rocío: un instante que engloba la luz. Quizás por esto, o porque el aire tiene una carga eléctrica, se dice atinadamente en la alquimia que el rocío porta el «fuego secreto» y como tal es una esfera perfecta: la conjunción de los opuestos, el agua y el fuego. La gota de roció, ya sea de manera literal o simbólica, es la encarnación prístina del espíritu, primera manifestación visible de lo que es potencia ilimitada, en un estado en el que aún preserva su pureza. Reflejando la luz, el rocío es una gota de espíritu, un relámpago transparente o la superficie del cielo en una hoja: una síntesis microcósmica del universo. 

Tradicionalmente se recogen las gotas de rocío en la primavera, en noches en las que la luna se mueve de creciente a plenilunio. Esto, para captar la energía del renacimiento que contiene el rocío en esta época en reflejo del proceso fertilizante de la naturaleza. El médico espagírico Yabir Abu Omar, que El País llama «un alquimista en el siglo XXI», describe el proceso de recoger el rocío, un producto fundamental para trabajar su medicina. Para recoger el rocío de la mañana se sale con fregonas y garrafas de cristal (limpias de productos químicos) en un paraje conocido como la Alfaguara. «Se tienen que extender grandes lienzos de lino sobre las hierbas de los prados que poco a poco se irán empapando de rocío», esto con gran sigilo para que el sol no toque el agua recogida y altere las propiedades lunares del rocío. Para evitar esto se exprime el agua en los lienzos y trasvasa a recipientes doblemente herméticos. Una buena recolección puede entregar hasta 300 kilos de rocío cuyo valor es incalculable ya que en sus sales radica «el espíritu universal». 

El fuego secreto del agua 

Existe una misteriosa relación en el rocío que refleja un secreto de la alquimia. Esta agua de la primavera que se recoge es también el «fuego de la naturaleza» que cocina las semillas en la tierra, haciendo surgir la verdesencia e imbuyendo vida a las plantas. Sobre esto podemos leer en el blog de alquimia Al-Kemi:

El fuego del roció puede entenderse en varios niveles. Primero, es la energía del creciente calor del Sol [el sol que avanza hacia su propia plenitud en el solsticio]. Segundo, el rocío es el portador del Nitre, la fuerza vital del aire, que Sendivogius describía cuando escribió «hay en el aire un secreto alimento de la vida». Paracelso llamó a este élan vital el Azoth, el Nitre aéreo que el Sol transmite a la Tierra a través de las aguas del cielo. Paracelso y otros alquimistas también conectaron este Nitre con el nitro físico más literal, comúnmente llamado nitrato de potasio, presente en el rocío.

El nitrato de potasio es un poderoso fertilizante que ocurre naturalmente y es utilizado en fertilizantes químicos. Su capacidad de transformación molecular le permite despedir oxígeno puro cuando se calienta: así el inventor Cornelius Drebbel pudo mantener con vida a su tripulación en el primer submarino en 1620. Verdaderamente el Nitre se convertía en la fuerza vital para cruzar los abismos. 

El Nitre como el rocío – ¿es aire ya agua a punto de volverse tierra con un fuego oculto? – está en un estado transitorio de gran poder y sutileza, casi etéreo, el punto evanescente entre lo físico y lo no-físico. «Así es como brinda tanto un fuego físico como uno etéreo y da vida al agua que lleva, para transferir esa vida también a la tierra. El fuego especial del Nitre puede transferirse a otras substancias en el laboratorio, así el rocío es usado para revivir substancias muertas y acelerar la fuerza en muchas operaciones». 

La alquimia, pese a tener la reputación de pseudociencia, es la fuente de muchos de los descubrimientos científicos de nuestros días – que la ciencia moderna no reconoce en parte porque se dieron en contextos místicos y bajo un lenguaje cargado de simbolismo esotérico. El alquimista polaco Sendivogius descubrió que el aire era una sustancia compuesta que contenía una sustancia «dadora de vida», que luego fue llamada oxígeno, 170 años antes de Scheele y Priestly. Sendivogius llamó a esto «Nitre Central» o «Sal Central», una especie de materia universal protogénica. 

La sal, es importante mencionar, en la alquimia no se refiere a la sal (cloruro de sodio), es una acepción más amplia, de las tres propiedades principales del universo (que son también principios filosóficos), la sal, el azufre y el mercurio (o el cuerpo, el alma y el espíritu). Estas sustancias dentro de todas las sustancias (una suerte de átomos) están ligadas también a los elementos y son combinadas o equilibradas para producir medicinas en la Espagiria. Sendivogius escribió sobre el Nitre:

La sal pura de la Tierra, llamada nitre, es formada en la caldera. Esto luego puede ser disuelto y concentrado, purificado y enjugado, hasta que se vuelve brillantemente transparente y cristalino. Entonces adquiere el nombre nitre de la tierra filosofal, nuestra sal, que se erige en el mar del mundo, AGUA QUE NO MOJA LAS MANOS, sin la cual nada en este mundo puede nacer o llegar a existir. Así que tienes en las manos el secreto de los Filósofos y la fuente de la primavera, o el escondite de la Naturaleza. Es en este espíritu que el ya mencionado Espíritu de la Naturaleza y el mundo entero residen. Tanto la vida como la salud proceden de esto.

En este bella descripción, tamizada por el arte del filósofo, podemos ver el impulso compartido por los alquimistas, de sintetizar una sustancia universal o de obtener la prima materia, como si pudieran sostener una chispa o una fuente de la creación misma. Una joya especialísima, que sin embargo, paradójicamente, lo es más porque se encuentra en todas partes: este es el arte del ocultamiento de lo divino, que para mejor esconderse penetra todas las cosas, habita la transparencia: como una llama en una gota de agua. 

La medicina universal 

Entre otros de los intereses popularmente atribuidos a los alquimistas, además de encontrar la piedra filosofal y convertir el plomo en oro, está lo que se conoce como el elixir de la vida y también la fuente de la juventud. De alguna manera burlar la muerte y el proceso de degeneración del cuerpo con un equilibrio de los elementos, añadiendo mercurio, sal, azufre o buscando el opuesto – coniunctio oppositorum – , si se tiene poca agua o poco fuego, recurriendo a minerales, plantas o incluso personas que tienen un excedente de este elemento faltante para lograr la alquimia en el atanor del cuerpo, solve et coagula. Más allá de que la alquimia reconoció con Hipócrates que «es más importante saber qué tipo de persona tiene una enfermedad que qué tipo de enfermedad tiene una persona», existen relatos y aventuras que mencionan la búsqueda de desarrollar una medicina universal, una panacea o el mismo alkhaest, el licor inmortal. 

El filósofo Eirenaeus Philalethes, escribe que el alkahest puede ser llamado «Ignis-Aqua» o agua llameante, la cual tiene la propiedad de disolver cualquier cosa hasta la prima materia. «Es una noble sal circulatoria preparada por el arte maravilloso para responder a los desesos del artista» y sin embargo «no es una sal corporal cualquiera» sino «un espíritu salino». Una sal que se hace con el fuego de los filósofos, crípticamente «el vulgo arde con fuego, nosotros con agua» (algo que recuerda al último verso de los sonetos del alquimista Wlliam Shakespeare: «love’s fire heats water, water cool’s not love»). 

El rocío – que ya hemos visto es también «el fuego secreto de la naturaleza» – parece ser un elemento importante, al menos para algunos alquimistas, para obtener este «espíritu salino» con el cual se pueden realizar las operaciones maravilosas de la ciencia oculta. En varios sentidos el rocío recuerda a un líquido divino o a una sustancia que confiere la divinidad o los atributos de lo celeste. Recoger el rocío – la gota de aire condensado, una perla de Indra o un glóbulo de icor – en cierta forma podría ser una técnica más sutil para robar el fuego de los dioses. Quizás una forma, por sigilosa y hermética, aceptada por los olímpicos que pese a ser longividentes deciden hacerse de la vista gorda, en esa hora crepuscular donde la relaidad y el sueño se funden. El rocío es en muchos aspectos análogo al amrita, al soma y al mana. Aleister Crowley escribe:

En el simbolismo hinduista, el Amrita o rocío de la inmortalidad, gotea constantemente sobre el hombre, pero es quemado por el fuego denso de sus apetitos. Los yogis intentan atrapar y preservar este rocío..

. En la Tabla Esmeralda, el texto atribuido a Hermes Trimegisto, según la tradición el padre de la alquimia, se lee: «Su padre es el Sol, y su madre la Luna, el Viento lo llevó en su vientre, y su nodriza es la Tierra». Al parecer esto se refiere al espíritu universal que los alquimistas tratan de obtener, después de que la materia se ha vuelto más densa, algo que podríamos identificar con un ocultamiento del lo sutil en lo denso. Este viaje simbólico del espíritu puede también relacionarse con el proceso del rocío que podemos decir es el resultado de la energía del Sol y la Luna, y es llevado por el viento, hasta la Tierra donde recibe los minerales. 

En su libro The Secret Teachings of All Ages, el gran comentarista de la esoteria mundial, Manly P. Hall escribe: «Según von Welling, la sal universal (en forma de agua) es una cura positiva para todos los padecimientos de la humanidad; está en todas las cosas, pero de algunas cosas es más fácil de obtener que de otras, especialmente esto es verdad de la tierra virgen; es el solvente universal, el alkahest». Von Welling describe el proceso para obtener «el agua paradisiaca» o «agua celestial de mercurio», el cual requiere de preparar un fuego lento para calentar el rocío en el laboratoratorio. Georg Von Welling habla sobre la operación milagrosa, en términos casi psicodélicos, que significa ingerir esta agua, la cual parece contener al cosmos entero:

El tiempo y el uso sagrado de esta bendita Agua te enseñarán, tan pronto la hayas tomado una influencia tal ocurrirá como si todos los cielos y las estrellas con sus poderes estuvieran trabajando en ti. Todo el Conocimiento y las Artes secretas se revelarán en ti en un sueño, pero lo más excelente de esto es que conocerás perfectamente a todas las criaturas en su Naturaleza…

Una descripción de proporciones cósmicas que hace referencia seguramente a la idea fundamental de la filosofía hermética de que el universo entero con sus estrellas y galaxias se refleja en la tierra, cabe incluso en una gota de rocío. Una gota de rocío es un orbe de perfección, potencia pura en su transparecia luminosa. Una perla del universo, pequeño mundo. Una perla del collar que refleja todas las perlas en cada una.»Para los alquimistas, el proceso de individuación representado por el opus era una analogía de la creación del mundo», escribió Carl Jung. En cierta forma el rocío representa una forma individual que recapitula la creación del mundo. De nuevo Manly P. Hall:

Una pequeña partícula de la Piedra Filosofal, si se vierte sobre la superficie del agua, según un apéndice sobre la sal universal de Herr von Welling, inmediatamete empezará un proceso de recapitulación en miniatura de la historia del universo, ya que instantáneamente la tintura -como los Espíritus de los Elohim- se agita sobre el cuerpo del agua. Un universo miniatura se forma el cual, según afirman los filósofos, en verdad surge del agua y flota en el aire, en el que pasa por todos los niveles de desarrollo cósmico y finalmente se desintegra.

multiversos


Sentada una noche al lado de un poeta amigo viendo la actuación de una gran ópera bajo una carpa iluminada, el poeta me tomó del brazo y apuntó a lo alto silenciosamente. Disparada desde la oscuridad, una enorme polilla cecropia atravesó volando de luz en luz por encima de la posición de los actores. «Ella no sabe» murmuró excitado mi amigo, «que vuela por un universo extraño e iluminado pero invisible para ella. Se encuentra en otra obra; no nos ve. No sabe. Quizás nos está sucediendo eso ahora mismo a nosotros.» – Loren Eiseley

El mundo no es, en general, eso que aprendimos en los libros de texto. Esto se me hizo evidente recientemente mientras cruzaba una noche por el camino que lleva al pequeño islote donde vivo. El estanco estaba oscuro y quieto. Varios objetos extraños y luminosos llamaron mi atención a un costado del camino y me detuve para observarlos con mi linterna. Las criaturas resultaron ser luciérnagas, la larva luminosa del escarabajo europeo Lampyris noctiluca. Su pequeño, segmentado y oval cuerpo era primitivo – una suerte de trilobite que acabara de salir del Mar Cámbrico quinientos millones de años atrás. Ahí estábamos, el escarabajo y yo, dos objetos vivientes adentrándonos en nuestros mutuos mundos. El escarabajo dejó de emitir su luz verdosa y yo, por mi parte, apagué mi linterna. 

Me pregunté entonces si nuestra interacción era distinta de cualquier otra interacción entre dos objetos en el universo. ¿Esa pequeña y primitiva larva era simplemente otro agregado de átomos – proteínas y moléculas – girando igual que los planetas alrededor del Sol? ¿La ciencia había reducido la vida al nivel de una lógica mecánica, o este escarabajo, por virtud de ser un ser viviente, estaba creando su propia realidad física? 

Las leyes de la física y la química pueden explicar la biología de los seres vivientes y yo puedo recitar al detalle los fundamentos químicos y de organización celular de las células animales: oxidación, metabolismo biofísico, todas las secuencias de carbohidratos y aminoácidos. Pero había mucho más en relación a este bicho luminoso que la suma de sus funciones bioquímicas. Un conocimiento pleno de la vida no se obtiene de mirar las células en un microscopio. Todavía nos falta comprender que la existencia física no puede estar divorciada de la vida animal y de las estructuras que coordinan la percepción de los sentidos y la experiencia. En verdad, pareciera que esta criatura era el centro de su propia esfera de realidad de la misma manera en que yo lo era de la mía. 

A pesar de que el escarabajo no se movió mientras lo observaba, tenía células sensoriales que trasmitían mensajes a las células de su cerebro. Quizás esta criatura era demasiado primitiva para recolectar datos y localizar mi posición en el espacio. O quizás mi existencia en su universo estaba limitada únicamente a la percepción de una gigantesca y peluda sombra sosteniendo una linterna en el aire. No lo sé. Pero al enderezarme para retirarme de allí estoy seguro que me dispersé en un halo de probabilidades alrededor del pequeño universo de la luciérnaga. 

Nuestra ciencia falla al no reconocer aquellas propiedades especiales de la vida y que son fundamentales para la realidad material.Esta mirada del mundo – biocentrismo – gira alrededor de la manera como una experiencia subjetiva, que llamamos consciencia, se relaciona con el proceso físico. Este es un misterio enorme y uno que he perseguido toda mi vida. Las conclusiones a las que he arribado ubican a la biología por encima de las otras ciencias en la búsqueda por resolver uno de los enigmas más grandes de la naturaleza, el de una teoría comprehensiva que las otras disciplinas persiguen desde el siglo pasado. Una teoría así unificaría todos los fenómenos conocidos bajo una sola sombrilla, otorgándole a la ciencia la capacidad explicativa desde una teoría global de la naturaleza o de la realidad. 

Estamos urgidos de una revolución en nuestro entender de la ciencia y del mundo. Vivimos en un tiempo dominado por la ciencia y creemos cada vez más en una realidad objetiva y empírica y en la meta de alcanzar un conocimiento total de esa realidad. Parte del entusiasmo que acompañó al anuncio público de que se había concluido la cartografía del genoma humano o la idea que nos estamos acercando a una explicación del big bang reside en estos deseos de comprensión total. 

PERO NOS ESTAMOS ENGAÑANDO 

La gran mayoría de las teorías comprehensivas no son sino historias que no toman en cuenta un elemento crucial: que nosotros las estamos creando. Es una criatura biológica la que hace las observaciones, le da un nombre a lo que observa y crea las historias. La ciencia no ha logrado asumir el elemento de la existencia que es a la vez el más familiar y el más misterioso, el de la experiencia consciente. Tal como Emerson escribió en Experiencia, un ensayo que confrontó el fácil posicionamiento del positivismo de su tiempo:

«Hemos aprendido que no vemos directamente los objetos, sino mediados; y que no tenemos manera de corregir estos lentes coloridos y distorsionados que somos ni computar la cantidad de sus errores. Quizás esta subjetividad tiene un poder creativo; quizás no hay objetos.»

A primera vista la biología es la fuente menos probable de una nueva teoría del universo. Sin embargo, en estos tiempos en que los biólogos creen haber dado con la «célula universal» en la forma de células madre embrionarias y cuando cosmólogos como Stephen Hawking predicen que una teoría unificadora del universo podría estar disponible en las siguientes dos décadas, ¿no debería la biología intentar unificar las teorías existentes del mundo físico y del mundo viviente? ¿Cuál otra disciplina podría abordar este tema? La biología debería ser la primera y la última ciencia. Por medio de las ciencias naturales humanas que usamos para entender el universo estamos accediendo a nuestra propia naturaleza. Desde los tiempos más remotos los filósofos dieron primacía a la consciencia, es decir, a la idea de que todas las verdades y principios del ser comienzan con la mente del individuo y el yo. Por tanto ese adagio: «Cogito, ergo sum» (pienso, luego existo). Además de Descartes, quien modernizó la filosofía, existieron muchos otros filósofos que argumentaron por este mismo camino: Kant, Leibnitz, el obispo Berkeley, Schopenhauer y Henri Bergson, por sólo nombrar algunos. 

Sin embargo hemos errado al no proteger a la ciencia de extensiones especulativas sobre la naturaleza y continuamos asignándole propiedades físicas y matemáticas a entidades hipotéticas que están más allá de lo observable en la naturaleza. El éter del siglo XIX, el «espacio-tiempo» de Einstein y la teoría de las cuerdas de las últimas décadas, que posiciona nuevas dimensiones que se manifiestan en distintos ámbitos, y no solamente en cuerdas sino en burbujas que relucen por los caminos del universo, todos éstos son ejemplos de esa especulación. En verdad, las dimensiones no observables (en algunas teorías son más de cien) ahora se evidencian por todos lados, algunas enroscadas como popotes en cada punto del universo. 

La preocupación actual de las teorías físicas de todo da un giro equivocado al propósito de la ciencia: cuestionar todo sin descanso. La física moderna es como el reino de Laputa en el cuento de Swift, se encuentra volando alto y absurdamente sobre una isla en la tierra pero indiferente a lo que sucede abajo. Cuando la ciencia intenta resolver sus conflictos sumando y restando dimensiones al universo como si fueran casas sobre un tablero de Monopolio, es hora de mirar de frente nuestros dogmas y reconocer que las rajaduras en el sistema son precisamente los puntos que permiten que la luz alumbre más directamente sobre los misterios de la vida. 

El enfoque materialista moderno de la vida ha fracasado de forma reconocida en explicar ciertos rasgos de nuestro mundo centrales al tema de la mente, tales como consciencia, intencionalidad, significado y valor. Este fracaso para justificar algo tan esencial a la Naturaleza como la mente, argumenta el filósofo Thomas Nagel, es un problema mayor que amenaza con dejar en evidencia toda la visión naturalista del mundo que abarca la biología, la teoría evolutiva y la cosmología.

Dado que las mentes son rasgos de los sistemas biológicos que se han desarrollado en un proceso evolutivo, la versión materialista estándar está fundamentalmente incompleta. Y la historia cosmológica que conduce al origen de la vida y la aparición de las condiciones para la evolución tampoco puede ser una historia meramente materialista. Una concepción adecuada de la Naturaleza tendría que explicar la aparición en el Universo y en cuanto tales, de mentes conscientes irreducibles a mera sustancia material.

El escepticismo de Nagel no está basado en creencias religiosas o en la creencia en una alternativa concreta. En Mind and Cosmos sugiere que si la explicación materialista es incorrecta, entonces otro tipo de principios deben de haber intervenido en la historia de la Naturaleza, principios que expliquen el crecimiento del orden y que sean, en su forma lógica, teleológicos y no mecanísticos.

A pesar de grandes logros obtenidos en las ciencias físicas el materialismo reduccionista es una visión del mundo madura para ser abandonada. Nagel muestra que reconocer sus límites es el primer paso para buscar alternativas, o al menos para estar abierto a la posibilidad de las mismas.

¿Cuál es la naturaleza del universo? ¿Por qué son las cosas tal como son, y cómo llegaron a ser como son? ¿De dónde venimos? ¿De dónde proviene la vida? Los seres humanos han estado tratando de responder a estas preguntas del Ser y el Devenir durante toda la historia de la humanidad de la cual tenemos registros. En los últimos dos siglos, la ciencia ha tomado la vanguardia en esta misión de observar, comprender y explicar.

Cuando los científicos estudian el cosmos y tratan de entenderlo, empiezan por observar ciertos hechos sobre el mundo y las cosas en él, a continuación, hacen generalizaciones acerca de esos hechos, refinando sus conclusiones a medida que nuevos datos confirman o refutan sus teorías. Ellos tratan de entender por qué las cosas son como son, yendo hasta la naturaleza misma de las cosas que componen el universo, y cómo éste llegó a ser como es, a través del tiempo. Esto ha llevado a los científicos a estudiar los componentes básicos de la materia hasta las partículas más pequeñas, las formas habituales en las que interactúan, y la manera en que esas leyes han influido en las interacciones entre todas las partes del universo, llevándonos a la época actual. Su historia comienza con el Big Bang, la creación de toda la materia del universo. Luego, las leyes de la física y la química determinarán cómo la materia irá a interactuar, produciendo galaxias, estrellas, planetas y compuestos químicos a través de vastas extensiones de espacio y tiempo. A continuación, la teoría de Darwin de la evolución toma el terreno. Una vez que los primeros organismos unicelulares aparecieron aquí en la tierra, las mutaciones aleatorias y la selección natural condujeron a más y más formas de vida, lo que resultó en nosotros: los seres humanos.

Pero, ¿acaso esta historia realmente representa a todos los hechos que vemos en el universo? Al igual que un lente le dará un color a su percepción si el mismo es de un color determinado, nuestras suposiciones básicas sobre el mundo darán un color a nuestra interpretación de los hechos – incluso limitando el número de hechos que reconocemos como dignos de tener en cuenta. Si pensamos que los seres humanos son todos buenos, vamos a encontrar razones de por qué los psicópatas hacen las cosas que hacen: quizás han tenido infancias malas. Y si esta creencia es fuerte, vamos a pasar por alto otros datos y forzar a los datos que sí tenemos para que encajen en nuestra noción preconcebida. Los científicos no son diferentes de otros seres humanos a este respecto. Así que, ¿cuáles son algunas de las suposiciones científicas actuales bajo las cuales los científicos trabajan? ¿Cómo éstas afectan a la manera en que ellos interpretan los hechos del mundo? ¿Y qué hechos ignoran?

El pensador francés del siglo XVII sentó las bases del dualismo cartesiano, de la separación axiomática de mente y cuerpo

Como partes del universo, nosotros los seres humanos también somos hechos que se tienen que explicar, y eso incluye a todas nuestras características, todas las cosas que nos hacen humanos. El hecho de que los seres humanos no son sólo seres físicos complejos, pero también tienen una experiencia subjetiva (consciencia), razón (la capacidad de pensar) y valores (la capacidad de dirigir nuestras acciones basados en lo que es bueno) ha planteado un problema para los científicos y filósofos durante generaciones. Puede decirse que Descartes lo inició todo: Pienso, luego existo.

Por supuesto, para Descartes, lo importante era el hecho de que tenía consciencia: significaba que todo el mundo podría ser una ilusión hecha en su mente (idealismo), la única cosa que podía saber era que él estaba pensando y sabiendo cosas. Él no declaró solamente que la mente tenía un estatus especial que no estaba controlado por ninguna ley física, también declaró que la esencia de la mente era la consciencia: lo que la gente piensa conscientemente, y nada más. Lo importante aquí es que desde ese momento se creó la norma de que la mente está separada del cuerpo, y eso es todo.

Esta separación de la mente del cuerpo, la división de la «mente-materia» conocida como «dualismo cartesiano», tuvo implicaciones de alcance muy amplio. Los científicos que trabajan en problemas estrictamente materiales se acercaron y dijeron: ¡sí, Descartes tiene razón, pero ¿adivinen qué? Eso que llaman «consciencia» es lo que en realidad no existe en sí mismo y por sí mismo; solo el mundo material es real y la consciencia es en realidad la ilusión! En resumen, para los materialistas, la ÚNICA cosa que era real era el cuerpo, y la mente era un subproducto de la comunicación celular o la mitad derecha del cerebro físico señalizando a la mitad izquierda, y así sucesivamente hasta hoy en día.

¿Qué es exactamente una mente? Si es algo separado de la materia, ¿cómo interactúa con la materia aparentemente? ¿Es simplemente un subproducto de formas complejas de la materia? ¿Es una cosa no material? ¿O es sólo una ilusión, una forma de hablar sobre algo que simplemente asumimos que existe? En la actualidad, no hay un verdadero consenso científico sobre la naturaleza de la consciencia. Entonces la pregunta es: ¿Pueden las teorías científicas actualmente populares realmente explicar qué hay en la naturaleza del universo que es capaz de producir seres conscientes? ¿Y puede la física, la química y la teoría de la evolución explicar, paso a paso, cómo la vida apareció y se desarrolló en esos seres? Nagel no lo cree así, y tiene como objetivo señalar las limitaciones de las teorías actuales, los agujeros en su lógica, y algunas alternativas posibles – para tomar el papel de un filósofo y proporcionar a «una imagen comprensiva y especulativa del mundo», extrapolando de las ciencias físicas y tratando de unificarlas en «una explicación de todo en el universo.»

Estas son preguntas y tareas importantes, ya que las implicaciones del problema mente-cuerpo no sólo se refieren a lo que es «local» para los seres vivos (sobre todo los humanos), nuestra concepción de la mente/cuerpo controla toda nuestra comprensión del cosmos y de la historia. Es decir, esas tempranas conclusiones acerca de esta cuestión establecidas por los «científicos de la Iluminación que tomaron el error de Descartes, lo invirtieron y lo utilizaron como la base de toda la ciencia física, afectan a todo en la comprensión de nuestro mundo».

Por lo tanto, además de la «historia de la creación» dada más arriba, ¿cómo explican los científicos a la consciencia en estos días? Como se mencionó anteriormente, ellos tratan de explicar, o «reducir» las características de la mente a las partes físicas que componen el cuerpo y el cerebro, y que supuestamente producen los procesos mentales y los fenómenos (como las células enviando señales químicas o eléctricas entre ellas en el proceso de simplemente hacer «cosas de células» ordinarias y nuestro cerebro ha transformado esto en lo que se llama «consciencia»). Esto se llama «reduccionismo psico-físico», y es un tipo de visión llamado «monismo», que dice que la variedad de cosas que existen en el universo son reductibles a una sustancia o realidad, el carácter fundamental del universo es la unidad. Oponiéndose a este punto de vista está el llamado «dualismo» cartesiano, que declara que la conciencia y/o la mente frente a la materia son dos sustancias o realidades irreconciliables. Como hemos visto, este dualismo se redujo entonces a la forma opuesta de monismo, el que declara que sólo hay materia y accidentes, y la mente es un subproducto ilusorio de la materia. Pero, como veremos, en realidad estas posiciones no son buenas en absoluto para dar cuenta de todos los hechos del universo. Hay otras opciones. La que Nagel, por su parte, favorece se llama «monismo neutral», que se explicará con más detalle más adelante.

Uno de los hechos que tendremos que tener en cuenta a medida que avanzamos es la dependencia aparente de la mente a la aparición de los seres vivos como resultado de procesos físicos, químicos y la evolución biológica. Por lo que podemos decir, si no hay cuerpo físico, no hay mente. Las mentes sólo aparecen junto con ciertos tipos de organismos en ciertos niveles de complejidad. Los dos definitivamente parecen unidos de alguna manera. Actualmente, los científicos tratan de explicar todo esto en términos de la teoría de la evolución. Pero, además de las razones filosóficas para cuestionar qué tan buena es la evolución para explicar, hay dos razones empíricas (científicas) muy reales para rechazarla como la explicación completa del todo.

En primer lugar, la idea de que las leyes físicas y químicas de la «materia muerta» únicamente podrían resultar en la aparición del primer organismo capaz de auto-reproducirse (completo con ADN, ribosomas, paredes celulares, etc) es totalmente inverosímil. La única explicación de los evolucionistas es que esto ocurrió como resultado de la casualidad, una serie de accidentes físicos – «¡Bueno, ya sabemos que eso pasó, porque estamos aquí, pero no podemos explicar cómo sucedió, así que debe de haber sido sólo un gran golpe de suerte!». Si algo no tiene siquiera una remota probabilidad de que ocurra, no deberíamos esperar que suceda. Y si podemos observar que algo ha ocurrido, tiene que haber una razón para explicar por qué es probable que haya sucedido. Como Nagel escribe, «la venida a la existencia del código genético – un mapeo arbitrario de secuencias de nucleótidos a aminoácidos, junto con mecanismos que pueden leer el código y llevar a cabo sus instrucciones – parece particularmente resistente a ser revelada como una probable ley física por sí sola».

En segundo lugar, la idea de que una suficiente variación genética podría ocurrir en el tiempo geológico disponible en la historia evolutiva con el fin de permitir que la selección natural siga su curso y producir todas las diversas formas de vida también es totalmente inverosímil. Según la teoría evolutiva, una población de organismos necesita tener un número mínimo de variaciones genéticas con el fin de que la selección natural pueda seleccionar de algo. (¡No hay «selección» si todo lo que tenemos son copias idénticas del mismo organismo!) Así que, cuando el (los) primer (os) organismo (s) unicelular (es) se produjo (eron) como resultado de la casualidad, ¿cómo produjo versiones bastante variadas de sí mismo para permitir que esto ocurriera, especialmente teniendo en cuenta que, estadísticamente, se producirían más mutaciones perjudiciales que buenas? Como Nagel escribe, esto no debería poder pasar «sin el funcionamiento de algunos otros factores determinando y restringiendo las formas de variación genética.»


Así que la teoría de la evolución no puede explicar los orígenes de la vida, o el origen de la evolución, y la opinión ortodoxa sobre estas cosas, se basa en suposiciones sin fundamento. Como Nagel dice, «va en contra del sentido común.» Sin embargo, la comunidad científica desprecia a los que proponen el «diseño inteligente», quienes señalan, justamente, estos problemas. A pesar de sus motivaciones religiosas, sus argumentos científicos y sus críticas a menudo son «de gran interés en sí mismos», aunque las explicaciones que ofrecen como alternativas puedan ser inadecuadas.

Cuando nos fijamos en las teorías convencionales (evolución, reduccionismo psico-físico), y la forma en que tratan de explicar los orígenes de la vida y la existencia de la consciencia, empieza a parecer que hay algo que falta en el panorama. En lugar de accidentes ciegos conduciendo repetidamente a desarrollos cada vez más impresionantes y maravillosos, parecería como si los principios que subyacen en esta progresión de complejidad son «teleológicos antes que mecanicistas». En otras palabras, los principios que están en la raíz de las cosas tienden a mover las cosas del universo hacia un propósito o fin (telos en griego) en vez de seguir la causa y efecto del azar ciego. El azar tiende a conducir a más caos y aleatoriedad, no a un aumento de complejidad.

Pero si vamos a intentar dar nuestra propia explicación, vamos a tener que confiar en algunos supuestos, por nuestra parte. Nagel declara dos restricciones en su propio intento de responder a estas preguntas importantes: En primer lugar, ‘una suposición de que ciertas cosas son tan notables que tienen que ser explicadas como no accidentales si vamos a pretender un conocimiento real del mundo.» En otras palabras, no nos podemos ocultar detrás de la «casualidad» como una explicación de las cosas que no podemos explicar – esa no es en absoluto una explicación. Y en segundo lugar, «el ideal de descubrir un solo orden natural que unifique todo sobre la base de un conjunto de elementos y principios comunes». Como se mencionó anteriormente, esta es una forma de monismo. El materialismo es también una forma de monismo, pero no explica todos los hechos. El idealismo (la idea de que todo es mente, y toda la materia es una ilusión) es también insuficiente. El dualismo cartesiano, por otra parte, rechaza este ideal, pero tiene sus propios problemas. Por ejemplo, ¿cómo es posible que dos sustancias totalmente distintas interactúan si no tienen nada en común, ningún campo en común? Sólo tenemos que asumir que lo hacen, de alguna manera, sin explicar realmente cómo.

Hay otra alternativa que se enfrenta al mismo problema que el dualismo: el teísmo, la idea de que Dios creó el universo, creó la vida, y/o influyó a la selección natural de acuerdo con sus propios objetivos. El teísmo dobla las reglas al tratar de explicar «ciertas características del mundo natural por la intervención divina, que no forma parte del orden natural». En otras palabras, como el dualismo, se supone que hay un aspecto que no se puede explicar – algo que tenemos que tomar simplemente por medio de la fe (la mente de algún modo interactúa con la materia, Dios de alguna manera interviene en las leyes del universo). Así que, para resumir, Nagel está tratando de dar cuenta de que el cosmos es auto-consciente y completamente explicativo, sin necesidad de añadir cualquier factor que «trascienda» las cosas que podemos explicar, como las leyes físicas. Estas influencias trascendentales desde «afuera» del mundo observable (como Dios), son incontrastables, inexplicables, y sólo complican las cosas. No deberíamos sentirnos obligados a elegir entre teorías igualmente malas: el actual enfoque materialista de las ciencias físicas (diseñado para el estudio de un «universo sin mente») y uno bajo la influencia de un ser misterioso y trascendente. Hay otras opciones mejores.

Así que, volviendo al principio, tal comprensión global tendrá que explicar tanto el Ser y el Devenir del universo. Para explicar el Ser del universo (las razones por que es como parece ser), tendremos que identificar los principios como las leyes de la física, que son aparentemente intemporales y constituyen una parte fundamental de la naturaleza del cosmos. Éstas contestarán la «pregunta constitutiva.» Para explicar el Devenir del universo (las razones por las que se ha desarrollado de la forma en que lo ha hecho), tendremos que identificar los hábitos de la naturaleza, así como los científicos lo hacen con la cosmología del big-bang y la biología evolutiva. Esto contestará a la «pregunta histórica». Pero ambas respuestas han de tener en cuenta todos los hechos, lo que las teorías actuales no hacen. «La mente», escribe Nagel, «como un desarrollo de la vida, debe ser incluida como la etapa más reciente de esta larga historia cosmológica, y su aparición, creo yo, proyecta su sombra hacia atrás, sobre el proceso y los componentes y los principios de los que depende el proceso». En otras palabras, el Ser y el Devenir están inextricablemente entrelazados.

 

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Según un profesor del MIT, la conciencia podría ser un estado de la materia en un escenario de variables cuánticas: El Perceptronium.

Consciencia Humana

La conciencia es ese pulso omnipresente en el observador, y por lo tanto se vuelve casi imposible, al menos en un plano racional, de definir. Hasta cierto punto, a través de ella, utilizándola, es que podemos percatarnos de que existe, y esta dinámica ‘urobórica’ parece suficientemente paradójica para generar un corto circuito en la narrativa que construye nuestra razón. Pero, en todo caso, seguiremos intentando descifrar, desde este plano, su naturaleza y estructura, misión en la que un investigador del MIT acaba de dar un paso interesante.

Recientemente, Max Tegmark postuló un modelo para concebir la conciencia, en el cual básicamente se le asigna la condición de un estado más de la materia. Concebir la conciencia como una sustancia con determinados comportamientos – aún si el menú es infinito – , parece ayudar a acercarnos al entendimiento de su núcleo, o al menos eso parece considerar Tegmark en su investigación Conciousness as a State of Matter. A este estado de ‘materia consciente’ le da el nombre de ‘perceptronium’, y advierte que puede diferenciarse de los otros formatos utilizando cinco principios matemáticos de sonido – cuyas particularidades, por cierto, son casi impenetrables para las mentes comunes, como la mía y probablemente la tuya, así que no iremos más allá en este sentido.

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El cosmólogo sueco-estadounidense del MIT retoma una premisa planteada por Giulio Tononi, profesor de la Universidad de Wisconsin-Madison, quien en su teoría de información integrada (IIT) advierte que la conciencia se origina a partir de un sistema que puede almacenar y recobrar, de manera eficiente, enormes cantidades de información. Y aquí es precisamente en donde Tegmark desdobla su ‘perceptronium’, el cual describe como: «La sustancia más general que experimenta subjetivamente la auto-percepción». En pocas palabras, lleva un paso más allá la noción de Tononi, agregando que la conciencia es un ente indivisible y unificado. Y luego procede a describirla en términos de mecánica cuántica. Finalmente, Tegmark se cuestiona sobre por qué los seres humanos tendemos a percibir la realidad en términos de sistemas clásicos, fragmentados, de acuerdo a los preceptos culturales que hemos heredado, y no como una mezcla caótica, propia de un gigantesco sistema cuántico interconectado.

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Recordemos que desde que Descartes puso el tema en la mesa, la ciencia occidental se ha autoimpuesto la misión de entender y explicar qué es la conciencia, sin que hasta ahora haya terminado de lograrlo.

Molecular Thoughts

El tao que puede nombrarse, no es el eterno Tao…

La conciencia es uno de esos muchos términos que parecen, en este caso quizá paradójicamente, blindados ante el procesamiento, y definición, racionales. Si bien este concepto ha protagonizado discursos místicos, teorías psicológicas, y acercamientos científicos, además de plagar la retórica cotidiana, lo cierto es que siempre, al menos en mi opinión, queda una especie de margen, como si algo nos indicará que nada de lo que podemos construir, y mucho menos comunicar, racionalmente, bastara para cubrir su sentido.

La palabra conciencia proviene del latín, conscious, y se compone de con (juntos) y scio(conocer), lo cual sugiere un conocimiento compartido, o una especie de acuerdo perceptivo. Por ejemplo Hobbes, es su Leviathan, habla de que “Cuando dos o más personas conocen el mismo hecho, entonces se dice que concientes sobre esto, el uno ante el otro”. En este sentido la conciencia pareciera una especie de eco resonado que surge en al menos dos personas, y que al comprobar esta resonancia, entonces se le legitima como algo conciente.

Una perspectiva occidental

En occidente, uno de los primeros pensadores en tratar de deshebrar fue  Descartes, quien a partir de su influyente dualismo definió una relación opuesta entre lo inmaterial (el rex cogans de la mente) y lo material (el res extensa del cuerpo) –y en algún punto climático de esta interacción se ubicaría la conciencia. Tras varios acercamientos posteriores, y luego del surgimiento de la mecánica cuántica, científicos acusaron la imposibilidad de la física tradicional para explicar el fenómeno conciente –en respuesta surgieron teorías alternas, entre ellas la del Cerebro Holonómico, de Karl Pribram, inspirada en la naturaleza holográfica propuesta por David Bohm.

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En 1976, el británico Richard Dawkins, en su libro The Selfish Gene, advirtió que “la evolución de nuestra capacidad para simular parece haber culminado en la conciencia subjetiva. Y el por qué esto sucedió me parece el más profundo misterio que enfrenta la biología moderna”. Mientras que un par de décadas después, un grupo de neurocientíficos publicó, con una humildad poco popular en la ciencia, una significativa apología:

No tenemos idea del cómo emerge la conciencia a partir de la actividad física del cerebro, y tampoco podemos determinar si la conciencia puede emerger en sistemas no-biológicos, por ejemplo las computadoras. A estas alturas el lector esperará encontrar una minuciosa y precisa definición de la conciencia. Pero quedará decepcionado. Conciencia aún no se ha convertido en un término científico que pueda definirse cabalmente. Definiciones precisas de diversos aspectos de la conciencia emergerán más adelante… algo que en esta fase resulta prematuro. (Human Brain Function, p. 269, capítulo 16 “The Neural Correlates of Consciousness”, 2004)

Budismo y conciencia

En la dimensión mística, particularmente en el budismo, el concepto de conciencia ha sido aún más recurrido que en la ciencia. Y a pesar de que en ocasiones parece transmitirlo con mayor fidelidad, su traducción a un plano de entendimiento racional también resulta insuficiente. El budismo, por ejemplo, advierte que la conciencia no puede definirse como tal, sino que su esencia está diseñada para experimentarse.

Dentro de la escritura conocida como Majjhima Nikaya, que compila 152 discursos atribuidos a Buda y sus discípulos, encontramos el siguiente pasaje:

Dependiente de la vista y las formas, la conciencia visual emerge. El encuentro entre los tres, es el contacto. Mediante el contacto se crea el sentimiento. Lo que uno siente, entonces lo percibe. Lo que percibimos lo pensamos, y nuestros pensamientos son reproducciones mentales. Con aquello que nosotros hemos mentalmente reproducido como la fuente, la percepción y las nociones que resultan de esta reproducción mental, acosan al hombre con respecto a su pasado, futuro,  y a las formas presentes que son entendibles mediante la vista.  

Tal parece que en un contexto budista la conciencia se refiere a la sucesión de elementos psico-físicos, es un proceso que, aunque siempre replicable, florece y luego se aleja, y que incluye múltiples ingredientes, como la percepción, la sensación, el sentimiento, y el procesamiento de esta información en nuestra mente.

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Una reflexión consciente

Lao Tzu advertía que la clave para crecer como ser humano es introducir dimensiones más elevadas de conciencia a nuestro estado de alerta perceptiva. Esto nos remite a la idea de que la conciencia es una especie de filtro a través del cual se procesa la información que recibimos mediante los sentidos –una especie de catalizador moldeable. La conciencia podría ser ese estanque en el cual sumergimos nuestra percepción en ella misma, y obtenemos información con la cual construimos una realidad, y nos insertamos en ella.

Por otro lado la tarea de definir la conciencia resulta en un ejercicio ourobórico, inevitablemente auto-referencial, lo cual de nuevo sugiere la imposibilidad de “narrarla” racionalmente. También podríamos asignarle la cualidad de omnipresencia, ya que en términos prácticos algo existe hasta el momento en el que logramos insertarlo en este diálogo entre el interior y el exterior. Desde esta perspectiva, entonces la conciencia es aquello que montamos dentro de ese escenario, el vacío original, que es lo único que puede existir de sin depender de que alguien lo procese, lo haga conciente.

En fin podríamos seguir malabareando con nociones, recursos mentales y referencias culturales, para librar con éxito esta compleja y autoimpuesta misión de definir la conciencia. Pero lo más probable es que eso simplemente prolongue el coqueteo racional con un infinito loop. En este sentido parece que la conciencia, su anatomía, está impregnada del perfume de la paradoja –parece que todos ‘sabemos’ lo que es pero que nadie puede explicarla.

Un constante en la racionalización intuitiva del concepto, apunta a la figura de un mediador entre nuestro interior y aquello que nos rodea, pero que al mismo tiempo actúa como interprete en un diálogo que sostenemos con nosotros mismos –como un guión ya escrito y a la vez editable en tiempo real.

Tal vez la conciencia es solo eso que nos permite darnos cuenta que la conciencia no puede definirse (pero tampoco negarse) –algo como el universo auto-percibiéndose, y celebrándolo con cada uno de nosotros: «El tao que puede nombrarse, no es el eterno Tao…«, y concluíamos que «Tal vez la conciencia es sólo eso que nos permite darnos cuenta de que la conciencia no puede definirse (pero tampoco negarse) – algo como el universo auto-percibiéndose, y celebrándolo con cada uno de nosotros.»

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