analisis escolar 2012a

Como todos sabemos, Pinocho odia la escuela y huye de ella. Se va a callejear, a encontrarse con unos titiriteros ambulantes que le dan una función mucho más atractiva que cualquier clase escolar. Un niño de carne y hueso tal vez no se escape hoy de la escuela, pero espera ansioso que se acabe la jornada en el aula para volar a su casa y prender el televisor, correr a un cíber o juntarse con sus amigos. Tanto Pinocho como nuestro escolar actual se sienten prisioneros y no siempre les prestemos la debida atención.

Los estudiantes, en general, no tienen totalmente en claro para qué van a la escuela. Poseen brumosas imágenes, según las cuales estudiar es indispensable para conseguir un trabajo digno, progresar en la vida o convertirse en una persona buena y culta, socialmente aceptada. Pero todo eso, a la edad de ellos, se presenta como lejano y difuso. Constituye una seria dificultad explicar a un estudiante de nivel primario o secundario las razones por las cuales debe pasar muchas horas del día encerrado entre las paredes del aula, cumpliendo con obligaciones que pocas veces valora o entiende. Un adulto puede ver a su lugar de trabajo como un sitio de encierro, pero se somete a esa cárcel porque el salario que se lleva le es indispensable para vivir. Los chicos no llegan a comprender para qué se los obliga a aprender matemática, geografía, historia, biología y muchas cosas más, cuando a ellos poco y nada les interesa. Por eso es que suelen reaccionar con la clásica y milenaria indisciplina, correlato casi obligado de una situación que se vive como un ahogo. Y esa indisciplina lleva a diferentes formas de castigo o represión, que hoy están atenuadas, pero que en otros tiempos fueron terribles.

Las respuestas que se escuchan ante este problema giran alrededor de algunas ideas más o menos comunes. La carga de la culpa puede volcarse hacia el niño (o adolescente) que estaría evitando lo que es su obligación, supuestamente ineludible; o hacia la escuela responsabilizándola por no haber sido capaz de crear en sus alumnos la conciencia de la importancia que tiene lo que en ella se hace. A veces se puede reprochar a la institución escolar por no haber sido capaz de cultivar la pedagogía del esfuerzo, según la cual los aprendizajes son obligaciones que requieren ser cumplidas, aunque no resulten agradables. Este problema, que no es nuevo, se ha agudizado particularmente en nuestra época, en la medida en que han crecido los intereses no escolares capaces de atrapar a los chicos (como la TV, por ejemplo). Algunos pedagogos o docentes con inquietudes se preguntan qué es lo que hace mal (o no hace) la escuela para granjearse el desinterés de sus alumnos.

Ese histórico odio o rechazo no existe en todos los niveles del sistema escolar. Los niños de los jardines de infantes (una institución relativamente nueva, en términos históricos) suelen ir a la escuela contentos y exhiben orgullosos lo que en ella hacen. Algo parecido ocurre, aunque el amor va disminuyendo gradualmente, en los primeros tramos de la escuela primaria.

Cuando se pregunta a los adultos acerca de esta clarísima diferencia de actitudes contestan que en el jardín de infantes los niños juegan, pero no estudian. Esto equivale a ignorar la cantidad y calidad de los aprendizajes que se realizan en el nivel inicial, sin necesidad de aplicar castigos. No se suele considerar que la libertad es el signo característico en ese nivel y que el placer, y no el rechazo, se constituye en el motivo dominante para las criaturas que concurren a él. Juego y trabajo, en los jardines de infantes, no se diferencian.

Hoy es bastante corriente que los niños del nivel inicial, en virtud de los estímulos que los rodean realicen sus primeras experiencias voluntarias con la lectoescritura antes de llegar a la escuela primaria y no es raro encontrar, entre las criaturas de cinco años o menos, chicos que ya leen y escriben o están en franco camino hacia ese aprendizaje. Algo similar se produce en lo relacionado con la adquisición de los números y de la matemática elemental. Cuando el dinosaurio Barny explica las figuras geométricas desde la TV, ante chiquitines que lo contemplan embelesados, es muy evidente que no necesita salir de la pantalla para retarlos, porque ellos lo seguirán mirando y aprendiendo.

El amable cuadro que se puede encontrar en los jardines de infantes no se repite en el resto de la escuela. Casi es innecesario decir que cuando se pasa a las etapas de la adolescencia todo se pone peor, porque en la segunda enseñanza el odio hacia la escuela y las ganas de escapar lo más pronto posible del aula se vuelven más grandes. Claro que no todos los chicos piensan y actúan con estos criterios muchas veces la escuela logra atrapar el interés de sus alumnos, pero ésta no es la regla general.

Puede decirse, de todos modos, que de una manera generalmente insensible, que escapa, incluso, a la percepción de muchos especialistas en el área educativa, el buen clima del jardín de infantes se está desplazando hacia el resto del sistema escolar.

Esto explica por qué, en los primeros grados de la escuela primaria pueden hallarse, todavía, el gusto y el interés que están vivos en los años del jardín. Pero el cambio no es fácil y exige muchas transformaciones, que no se pueden producir de un día para otro.

De todas maneras, en un momento determinado, las opiniones infantiles sufren un vuelco y la escuela se convierte en un sitio detestable, del cual lo único digno por rescatar está dado por los recreos o la amistad de los compañeros.

El ya antiguo problema de Pinocho sigue vivo. Se podría retroceder mucho más en el tiempo y encontrar cuadros no idénticos, sino peores. La institución escolar, a pesar de no ser un imán para sus alumnos, no es hoy vista tan espantosamente como lo era en épocas pasadas, incluso en las no demasiado lejanas. Juan Manuel Serrat cantó unos versos de Antonio Machado, poeta español del siglo pasado, en los cuales contempla las moscas del salón de clases, deseando la libertad que ellas tienen para ir donde les plazca, mientras él sigue preso.

Hace falta bastante más que un reducido artículo periodístico para mostrar lo que la escuela necesita, realmente para salir de un cuadro de situación que todos admiten como deplorable. Pero puede decirse que los intentos de volver al pasado, aplicados a chicos que “están en otra”, no pueden sino conducir al fracaso.

La escuela necesita, imperiosamente, “vender” sus productos y acabar con el rechazo milenario que sus alumnos manifiestan hacia ella. La antigua repulsa hacia la institución escolar por parte de los estudiantes ha sido reemplazada, en buena medida, por un estado de “quemeimportismo”, que se apoya en las decaídas fuerzas de los docentes para vencer en una lucha en la que éstos ya han sido derrotados.

Los chicos van a la escuela porque reconocen que no ir es todavía peor, en un país dominado (lo mismo que en gran parte del mundo) por el desempleo y la explosión escolar, caracterizada por la extensión jamás vista de la cantidad de estudiantes (tenemos once millones de alumnos en nuestro sistema educativo). No tiene nada de raro que hoy se reclamen estudios secundarios a las mucamas o a los empleados de los supermercados. En esas condiciones la escuela se convierte en un auxilio inevitable para la supervivencia y no alcanzar los diplomas que para conseguir trabajo se requieren equivale a una condena social cuyas consecuencias están a la vista.

No cabe duda de que la escuela puede ganar la batalla del interés, si le cabe ese nombre, si encuentra la manera de atrapar la voluntad de sus alumnos hacia lo que en ella se hace. El ejemplo de los jardines de infantes, donde realmente se aprende y mucho puede servir de base para transformar la escuela en una institución deseada por sus alumnos, alejada de todo lo que pueda significar odio, rechazo o fracaso.

El afán por aprenderlo todo, al ritmo que el propio crecimiento determina, se encuentra en cualquier criatura. Podemos ver a los pequeñitos conociendo infatigablemente la realidad que los rodea, con las manos, con la boca, con los ojos, con todo su cuerpo. Y también encontramos a los niños de más edad demostrando curiosidades interminables, de mil distintas maneras, preguntando eternamente el porqué de las cosas, queriendo comprender mecanismos y fenómenos, esforzándose tenazmente para adquirir dominio sobre sí mismos y el mundo circundante. Que este poderoso y magnífico poder asimilador, con el cual llegamos al mundo, pueda debilitarse o alcanzar el agotamiento después, es algo que nos debe preocupar vivamente, pues la escuela suele tener una parte decisiva en su pérdida.

La escuela necesita transformarse, pero no en los sentidos que muchos reclaman, sino buscando el camino en su capacidad para atraer a sus alumnos, a fin de que se sientan partícipes de una experiencia positiva y no de una situación de encierro.

¿Es imposible? Cualquiera de nosotros que haya vivido, siquiera una vez, la experiencia del aprendizaje que se realiza en medio de un interés mayúsculo y con resultados altamente favorables puede contestar que no.

Estamos cada vez en un mundo guiado por la ambición y la competencia, en vez de ayudar al débil cada vez lo hacemos menos. Los padres cada vez más se alejan de sus hijos, descuidando su alimentación con comidas rapidas, ya nadie se toma el …tiempo para lo que realmente importa; la convivencia familiar. Y así todas esas emociones nocivas a nuestra salud como el estres, enojo, tristeza, etc; son el reflejo de la sociedad en la que vivimos. Así que no nos dejemos eclipsar por las circuntancias. Aceptemos la vida tal cual es, tal y como se presenta. Goza tus tristezas Y tus alegrias. No hay que darle el poder a nuestros lideres de que nuestras vidas se tornen en lo cotidiano, en la rutina, en el trabajo.
Y todo ello es causa de una educación basada en el hemisferio izquierdo, a aprendernos mecanicamente las cosas para responder los exámenes, a sólo basarnos en los hechos y hacer las cosas repetitivamente, para que el día de mañana ellos mismos sean nuestros gobernantes, abogados, etc y constantemente se está siguiendo este ciclo enfermizo para toda la sociedad, donde ya no importa lo que uno realmente quiere sino hacen lo que más les conviene. Lo ideal es saber las fortalezas de nuestros hijos y con base a ello impulsarlos a hacer lo que les gusta y para lo que son buenos. No hay que forzarlos a ser personas que nosotros queramos que sean, sino descubrir para lo que ellos son buenos y les interesa. En ello se deberian basar los programas educativos. “AMA Y HAZ LO QUE QUIERAS” Y recuerden que la libertad es lo más preciado que tenemos los seres humanos, no dejemos que nos priven de ella. Amate a ti mismo para asi amar a tu progimo y para asi poder todos amar nuestro planeta…..

Dos instituciones controlan a día de hoy la vida de nuestros hijos:
la televisión y la escuela, por este orden. Ambos reducen el mundo
real de sabiduría, fortaleza, templanza y justicia hacia
una abstracción sin final y sin frenos.

Las escuelas están diseñadas para producir, a través de
la aplicación de fórmulas, seres humanos estandarizados
cuyo comportamiento pueda ser predecible y controlado.

Es absurdo y anti-vital moverte de aula en aula al sonido
de una sirena durante todos los días de tu infancia natural
en una institución que no te permite ninguna privacidad y
que incluso te la quita en el santuario de tu propia
casa pidiéndote que hagas tus “deberes”.

Necesitamos volver a pensar en las premisas fundamentales
de la escolarización y decidir qué es lo que queremos
que los niños aprendan y por qué.

Tenemos que devolver a los niños tiempo libre desde ya mismo
porque esa es la clave para el auto-aprendizaje,
y debemos re-introducirles en el mundo real tan rápido
como sea posible para que el tiempo libre pueda
ser gastado en algo más que abstracciones.
John Taylor Gatto

Demoledor, realista y a la vez esperanzador discurso del veterano profesor estadounidense John Taylor Gatto (1935) pronunciado el 30 de enero de 1990 cuando recibió el galardón de Maestro del Año de Nueva York que le fue otorgado durante tres años consecutivos.

El portal Alta Educación nos envía este texto a El Lector Alternativo Opina para que la sociedad en general, y sobre todo los padres, reflexionen sobre lo que quieren que sus hijos aprendan en la Vida y cómo lo hagan.

John Taylor Gatto es autor de varios libros como “A different kind of teacher“, “Weapons of mass instruction”, “Dumbing us Down”, “The Exhausted School” y “Underground History of American Education” y de un famoso artículo publicado en el Wall Street Journal (“I quit, I think“), y también es un gran defensor del homeschooling.

Su crítica se centra en el modelo educativo estadounidense pero es fácilmente extrapolable a todos los países porque él profundiza en las causas del fracaso de la educación llegando al tipo de SISTEMA en que vivimos, y éste es mundial.

El mérito de John Taylor Gatto es que él es un experto y denuncia los errores DESDE DENTRO. Este artículo no es la típica guerra padres-profesores “pasándose la pelota” de quién es más culpable de la actual situación, sino que es un docente quien, con rigor y crudeza, expone los problemas y las soluciones para que las autoridades educativas y las familias las lleven a cabo.

El autor defiende la educación con más libertad, la búsqueda de la individualidad, el auto-aprendizaje, más tiempo personal, tener desafíos, trabajo comunitario ayudando a otras personas e implicación de los padres como fórmula para cambiar el colegio y el mundo.

Y coincide plenamente con otros expertos en pedagogía alternativa como Christopher Clouder, Francisco Tonucci y Toshiro Kanamori.

Estas son las palabras de un profesor de los que verdaderamente quieren que sus alumnos sean personas libres y felices por encima de muchas otras consideraciones:

DISCURSO DE ACEPTACIÓN DE JOHN TAYLOR GATTO para el galardón de Maestro del Año de Nueva York, el 30 de enero de 1990:

Acepto este premio en nombre de todos los buenos profesores que he conocido a lo largo de los años y que han luchado para hacer de sus relaciones con los niños algo digno, hombres y mujeres que nunca están conformes, siempre cuestionando, siempre esforzándose por definir y redefinir lo que la palabra “educación” debería significar.

Un Profesor del Año no es el mejor profesor, éstos suelen pasar demasiado desapercibidos para ser fácilmente descubiertos, pero es un modelo, símbolo de esas gentes anónimas que utilizan sus vidas gratamente al servicio de los niños. Este es su premio tanto como mío.

Vivimos en una época de profunda crisis escolar. Nuestros niños se clasifican a la cola de las diecinueve naciones más industrializadas en lectura, escritura y aritmética. Muy a la
cola.

La economía mundial narcótica está basada sobre nuestro propio consumo de las mercancías, de forma que si no compramos tantos sueños de humo el negocio colapsaría – y las escuelas son un importante centro de compra -.

Nuestra tasa de suicidios de adolescentes es la mayor del mundo y los que se suicidan son niños ricos en su mayor parte, no los pobres. En Manhattan el cincuenta por ciento de los nuevos matrimonios duran menos de cinco años. Algo debe ir mal con seguridad.

La crisis de nuestra escuela es un reflejo de una crisis social más amplia. Parece que hemos perdido nuestra identidad.

Niños y ancianos son encerrados y aislados de fuera de lo que sucede en el mundo hasta un grado sin precedentes – nadie habla con ellos ya – y sin niños y ancianos mezclándose en la vida diaria una comunidad no tiene futuro ni pasado, solo un presente continuo.

De hecho, el nombre “comunidad” apenas se aplica ya a la forma en que interactuamos con los demás.

Vivimos en redes, no en comunidades, y todos los que conozco están solos por eso. En cierto modo la escuela es responsable privilegiado de esta tragedia tal y como lo es también en la creciente brecha entre clases sociales.

Utilizar las escuelas como un mecanismo de selección no hace sino crear un sistema de castas, lleno por abajo de intocables que vagan por los trenes del metro pidiendo y durmiendo en las calles.

He observado un fenómeno fascinante en mis veinticinco años de ejercicio de la profesión: que las escuelas y la escolarización son crecientemente irrelevantes para las grandes empresas del planeta. Nadie cree ya que los científicos son enseñados en clases de ciencias o que los políticos en clases de civismo o que los poetas lo son en clases de inglés.

La verdad es que las escuelas no enseñan nada salvo como obedecer órdenes. Esto es un gran misterio para mi porque miles de personas, gentes responsables trabajan en las escuelas como profesores, cuidadores y gestores pero la lógica abstracta de la institución sobrepasa sus contribuciones individuales.

Aunque los profesores se preocupan y trabajan duro, la institución es psicopática – no tiene conciencia -. Suena la sirena y el joven que se encontraba escribiendo un poema debe cerrar sus cuaderno y moverse a otra aula donde deberá memorizar que el hombre y el mono derivan de un ancestro común.

Nuestro sistema de enseñanza obligatoria es un invento del Estado de Massachussets hacia 1850. Fue resistido – a veces hasta con las armas por un considerable 80% de la población de Massachussets- con un último reducto en Barnstable On Cape Cod que no entregaron a los niños hasta la década de los 1880 cuando la localidad fue asediada por el ejército y los niños marcharon a la escuela escoltados.

Aquí tenemos un curioso dato para meditar. La oficina del Senador Ted Kennedy ha sacado un estudio no hace mucho indicando que antes de la educación obligatoria la tasa de alfabetización en el estado era del 98% y que después jamás volvió a alcanzar el 91%, donde se mantiene en 1991. Espero que les sirva.

Aquí hay otra curiosidad sobre la que pensar. El movimiento de “escuela en casa” ha ido creciendo paulatinamente hasta un tamaño de un millón y medio de jóvenes que son educados por completo por sus padres y sus comunidades.

El último mes la prensa educativa reportó la increíble noticia de que los niños escolarizados en casa parecen estar entre cinco y diez años por delante de sus compañeros escolarizados formalmente en su capacidades cognitivas.

No creo que nos libremos de las escuelas en un futuro cercano, no ciertamente en lo que me queda de vida, pero si hemos de cambiar lo que se está convirtiendo en un desastre de ignorancia, hemos de entender que la institución educativa “escolariza” muy bien, pero no “educa” – algo por completo inherente al diseño organizacional.

No es la culpa de los malos profesores o del poco dinero gastado, es que es imposible que la educación y la escolarización puedan llegar a ser alguna vez la misma cosa.

Las escuelas fueron diseñadas por Horace Mann y Barnard Sears Harper de la Universidad de Chicago y por Thorndyke de la Escuela Normal de Columbia y otros hombres para ser instrumentos de la dirección científica de las masas. Las escuelas están diseñadas para producir, a través de la aplicación de fórmulas, seres humanos estandarizados cuyo comportamiento pueda ser predecible y controlado.

En gran medida, las escuelas han cumplido su objetivo. Pero nuestra sociedad se está desintegrando, y en esta sociedad, sólo las personas exitosas son auto-suficientes, seguras en sí mismas e individualistas – porque la comunidad de vida que protege al dependiente y al débil está muerta -.

Lo que produce la escuela es, como dije, irrelevante. Las personas bien-escolarizadas son irrelevantes.

Pueden vender películas y hojas de afeitar, recoger papel reciclado o hablar al teléfono en líneas de teleoperación, o sentarse estúpidamente delante de un terminal de ordenador pero como seres humanos son inservibles. Completamente inservibles para los demás y para si mismos.

La miseria diaria a nuestro alrededor está causada en gran medida por el hecho de que – tal y como Paul Goodman lo estableció hace treinta años- forzamos a los niños a crecer en el absurdo. Cualquier reforma de la escolaridad tiene que tratar con elementos absurdos en su naturaleza intrínseca.

Es absurdo y anti-vital ser parte de un sistema que te obliga a sentarte en lugares recluidos para gente de la misma edad y clase social que tú. Ese sistema te aparta radicalmente de la inmensa diversidad de la vida y de las sinergias de la variedad, de hecho te castra tu propio ser y futuro, acoplándote a un presente continuo de igual forma a como lo hace la televisión.

Es absurdo y anti-vital ser parte de un sistema que te obliga a escuchar a un extraño leyendo poesía cuando lo que realmente quieres es construir casas, o sentarte a discutir con un extraño sobre la construcción de casas cuando lo que realmente quieres es leer poesía.

Es absurdo y anti-vital moverte de aula en aula al sonido de una sirena durante todos los días de tu infancia natural en una institución que no te permite ninguna privacidad y que incluso te la quita en el santuario de tu propia casa pidiéndote que hagas tus “deberes”.

“¿Cómo aprenderán a leer?” dirán algunos y mi respuesta es “Recuerda la lección de Massachussets” . Cuando los niños reciben experiencias completas en vez de las graduadas en aularios, entonces aprenden a leer, a escribir y cálculo con total facilidad si esas cosas tienen sentido en el ambiente vital que les rodea.

Pero recordad que en los Estados Unidos casi nadie que lea, escriba o sepa cálculo tiene mucho respeto. Somos una tierra de charlatanes, pagamos mejor a los charlatanes y les admiramos, así que nuestros hijos hablan constantemente, siguiendo el modelo de la televisión y de sus profesores.

Es muy difícil enseñar incluso lo más “básico” porque ya no son “básicos” en la sociedad que hemos creado.

Dos instituciones controlan a día de hoy la vida de nuestros hijos: la televisión y la escuela, por este orden. Ambos reducen el mundo real de sabiduría, fortaleza, templanza y justicia hacia una abstracción sin final y sin frenos.

En los siglos pasados los niños y adolescentes estaban ocupados en trabajo real, caridad real, aventuras reales, y en la búsqueda real de maestros que pudieran enseñarnos lo que realmente queríamos aprender.

Mucho tiempo se pasaba en desempeños comunitarios, practicando el afecto mutuo, el entendimiento y estudiando cada nivel de la comunidad, aprendiendo cómo hacer una casa, y docenas de otras tareas necesarias para convertirse en un hombre o mujer íntegro.

Pero aquí está el cálculo del horario que dispone cualquier niño de los que enseño:

  • De las 168 horas que tiene la semana, tienen que dormir 56
  • Lo que les deja 112 hora a la semana en las que formarse
  • Ven unas 55 horas de televisión a la semana de acuerdo a informes recientes
  • Lo que les deja 57 horas a la semana en las que crecerse
  • Tiene que ir a la escuela unas 30 horas a la semana, usando unas 6 horas en prepararse, ir y volver a casa, y gastan una media de 7 horas a la semana en deberes- en total hacen 45 horas
  • Durante este tiempo, están en constante vigilancia, no tienen tiempo ni espacio privado, y son reñidos si tratan de acoplarse individualmente al uso de espacio y tiempo
  • Eso deja 12 horas a la semana para crearse una conciencia de si individualizada
  • Por supuesto que mis alumnos comen también, y eso añade algo de tiempo – no mucho, porque hemos perdido la tradición de la comida familiar, por lo que si quitamos 3 horas a la semana para cenas
  • llegamos a la cantidad neta de tiempo privado para cada niño de 9 horas a la semana

No es suficiente, ¿verdad?. Cuanto más rica es la familia del niño, menos televisión que ve pero más tiempo que tiene dirigido por una oferta más amplia de entretenimientos comerciales y su inevitable inclusión en una serie de áreas de formación complementaria raramente a su libre elección.

Y todas estas cosas son curiosamente una forma más solapada de crear seres humanos dependientes, incapaces de llenar su tiempo libre, incapaces de iniciar senderos que le den un significado sustancioso y feliz a su existencia.

Es una enfermedad nacional, esta dependencia y falta de objetivo, y creo que la escolarización, la televisión y las lecciones – toda la idea Chautauqua– tiene mucho que ver con ello.

Pensad en lo que nos está matando como nación

todas ellas son adicciones de personalidades dependientes, y eso es la marca que deja inevitablemente la escolarización.

Quiero contaros el efecto que produce en los chicos el quitarles todo su tiempo – tiempo que necesitan para desarrollarse – y forzándoles a gastarlo en abstracciones. Tenéis que escuchar esto, porque ninguna reforma que no ataque estas patologías específicas no serán más que un mero lavado de cara.

1. Los niños a los que enseño son indiferentes al mundo adulto. Esto desafía la experiencia de miles de años. Un observación intensiva de lo que “los mayores” hacían siempre fue una de las más excitantes ocupaciones de los jóvenes, pero nadie quiere crecer ahora, ¿y quien les puede culpar de ello? Nosotros somos los juguetes.

2. Los niños a los que enseño ya apenas sienten curiosidad y la poca que muestran es transitoria, no pueden concentrarse durante mucho tiempo, incluso en lo que quieren hacer. ¿Podéis ver la conexión entre las sirenas sonando una y otra vez para cambiar de clase y este fenómeno de atención evanescente?

3. Los niños a los que enseño tienen un pobre sentido del futuro, de como el mañana está indefectiblemente unido al presente. Como dije antes, viven en un presente continuo, el preciso momento en el que se encuentran es el límite de su conciencia.

4. Los niños a los que enseño son ahistóricos, no tienen conciencia de cómo el pasado ha dado forma a su propio presente, limitando sus elecciones, moldeando sus valores y sus vidas.

5. Los niños a los que enseño son crueles entre si, muestran falta de compasión ante los infortunios, ríen las debilidades, y muestran desprecio por aquellos que muestran necesidad de ayuda demasiado abiértamente.

6. Los niños a los que enseño se encuentran intranquilos ante la intimidad y la franqueza. No soportan una verdadera intimidad debido a una costumbre de por vida de guardar los secretos dentro de si mismos por lo que van formando su personalidad a base de trozos y partes de comportamiento prestados de la televisión o adquiridos para manipular a sus profesores. Puesto que no son ellos quienes dicen ser, el disfraz se les cae en la intimidad por lo que las relaciones íntimas deben ser evitadas.

7. Los niños a los que enseño son materialistas, siguiendo la estela de sus maestros que materialistamente “gradúan” todo -y sus tutores televisivos que ofrecen todo lo imaginable “gratis”.

8. Los niños a los que enseño son dependientes, pasivos, y tímidos ante la presencia de nuevos desafíos. Esto es a menudo ocultado mediante actos de bravuconería, mediante enfados y agresividades que en el fondo solo expresan un vacío sin fortaleza interior.

Podría hablar de otras cuantas condiciones que una reforma de la escolarización tendría que afrontar si nuestro declive nacional pretendiera detenerse, pero por el momento ya habéis comprendido mi postura, tanto si estáis de acuerdo con ella como si no.

Puede que sean las escuelas las que causen estas patologías, o la televisión, o ambas. Es una simple cuestión de aritmética, entre escuela y televisión todo el tiempo que los chicos tienen libre es absorbido por ambas. Eso es lo que destruyó la familia americana, que ya no es más un factor en la educación de sus propios hijos. Televisión y escuela, ahí debe buscarse a los responsables.

¿Qué hacer? Necesitamos un feroz debate nacional que no decaiga, día tras día, año tras año. Necesitamos gritar y discutir sobre este modelo de escuela hasta que se arregle o se retire de la circulación para su reparación, una cosa u otra.

Si podemos arreglarlo, de acuerdo; si no podemos, entonces el éxito del movimiento de “escuela en casa” muestra una vía alternativa con futuro prometedor. Poner el dinero que ahora gastamos en escolarización, hacia la educación en la familia podría matar dos pájaros de un tiro, reparar las familias al tiempo que reparamos a los hijos.

Una reforma genuina es posible pero no debería costarnos nada. Necesitamos volver a pensar en las premisas fundamentales de la escolarización y decidir qué es lo que queremos que los niños aprendan y por qué.

Durante 140 años esta nación ha tratado de imponer objetivos de arriba a abajo desde los altivos puestos de mando centrales conformados por “expertos”, una élite central de ingenieros sociales. No ha funcionado. No va a funcionar.

Y es una gran traición a la promesa democrática que hizo en su dia de esta nación un noble experimento.

El intento soviético de crear una república platónica en el Este de Europa ha sucumbido ante nuestra vista, nuestro propio intento de imponer el mismo tipo de ortodoxia centralizada utilizando las escuelas como un instrumento también se está resquebrajando, solo que mas lenta y dolorosamente.

No funciona porque sus premisas fundamentales son mecanicistas, anti-humanas, y hostiles a la vida familiar. Las vidas pueden ser controladas por la maquinaria educativa pero siempre se revolverán con las armas de la patología social: drogas, violencia, auto-destrucción, indiferencia y todos los síntomas que veo en los niños que educo.

Ya es hora de que miremos hacia atrás para recobrar una filosofía educacional que funcione. Una que me gusta especialmente fue la favorita de las clases dirigentes europeas durante miles de años.

Utilizo tanto de ella como me lo permite mi condición de profesor, es decir, tanto como puedo dentro de la institución de la escolarización obligatoria. Creo que funciona tanto para los niños pobres como para los ricos.

En el núcleo de este sistema de educación para las élites está la creencia de que el auto-aprendizaje es la única base del verdadero aprendizaje. En cualquier sitio en este sistema, a cualquier edad, encontrarás acuerdos para colocar al niño solo en un punto no definido y con un problema que resolver.

Algunas veces el problema lleva implícito grandes riesgos, como el problema de cabalgar un caballo o hacerlo saltar, pero eso, claro, es un problema satisfactoriamente resuelto por miles de niños de la élite antes de cumplir diez años.

¿Podemos imaginar a alguien que haya superado tal desafío que alguna vez le faltara confianza en su habilidad para hacer algo?. A veces el problema es un problema de superar la soledad, como hizo Thoreau en Wald en Pond o Einstein en Suiza.

Uno de mis antiguos alumnos, Roland Legiardi-Lura, aunque huérfano de sus dos padres y sin herencia, cogió una bicicleta y atravesó solo los Estados Unidos cuando apenas había superado la niñez.

No nos puede extrañar entonces que ya siendo un adulto, decidiera hacer una película sobre Nicaragua, aunque no tuviera dinero ni experiencia previa en la realización de películas, y que ganara un premio internacional, aunque su trabajo regular fuera el de carpintero.

Ahora estamos hablando todo el rato de que nuestros jóvenes necesitan desarrollar auto-conocimiento. Ya basta de tanta charlatanería.

Tenemos que crear experiencias escolares que devuelvan a los niños su tiempo, necesitamos confiarles desde una edad temprana con independencia de estudios, quizás programado desde el colegio pero que tenga lugar fuera de la institución educativa.

Necesitamos crear un curriculum donde cada niño tenga la oportunidad de desarrollar su individualidad y su auto-confianza.

Hace poco cogi setenta dólares y envié a una niña de doce años de mi clase con su madre – que no hablaba inglés – en un autobús hacia la costa de New Jersey para encontrarnos con el jefe de policía del distrito de Sea Bright para comer y disculparnos por contaminar la playa con un casco de Gatorade.

A cambio de esta disculpa pública habíamos quedado en que el jefe de policía le enseñaría el trabajo de un policía de barrio durante un dia cualquiera.

Unos días después, dos más de mis alumnos de doce años viajaron solos a la Calle West First desde Harlem donde empezaron el aprendizaje con un editor de periódicos, la siguiente semana tres de mis alumnos se encontraban en mitad de los muelles decarga de Jersey a las seis de la mañana, estudiando la mente del presidente de una compañía de transporte por carretera que despachaba trailers hacia Dallas, Chicago y Los Ángeles.

¿Pertenecen estos chicos “especiales” a algún programa” especial”?. Bueno, en cierto modo si, pero nadie sabe sobre este programa salvo los chicos y yo.

Solo son buenos chavales de Harlem, brillantes y alertas, pero tan mal escolarizados cuando me los encontré que la mayoría de ellos no sabían sumar o restar cantidades. Ni uno de ellos sabía la población de Nueva York o cuan lejos está Nueva York de California.

¿Eso me preocupaba? Por supuesto, pero tenía confianza en que según iban ganando confianza en si mismos también se convertirían en sus propios maestros, y solo la auto-enseñanza tiene un valor a largo plazo.

Tenemos que devolver a los niños tiempo libre desde ya mismo porque esa es la clave para el auto-aprendizaje, y debemos re-introducirles en el mundo real tan rápido como sea posible para que el tiempo libre pueda ser gastado en algo más que abstracciones.

Es una emergencia, requiere una drástica acción de corrección -nuestros niños están cayendo como moscas dentro de la institución escolar, ya sea buena o mala, no importa. Es irrelevante.

¿Qué más necesita un sistema escolar re-estructurado?

Necesita que deje de ser un parásito del trabajo de la comunidad en la que se inserta. De todas las páginas escritas en la contabilidad de la historia, solo existe una entrada donde se recluya a nuestros jóvenes y no les pidamos nada de ellos al servicio del bien común.

Llego incluso a creer que necesitamos hacer de los servicios a la comunidad una parte importante de la enseñanza escolar.

Además de la experiencia enriquecedora que supone trabajar de forma no egoísta, es la forma más rápida de dotar a los jóvenes de responsabilidades reales en la vida corriente.

Durante cinco años manejé un programa escolar “autónomo” donde cada niño, pobre y rico, listo y no tan listo, tenía que dar 320 horas de trabajos o servicios a la comunidad.

Decenas de estos niños volvieron años después, ya crecidos, y me contaron que la experiencia de ayudar a alguien les había cambiado sus vidas.

Les había enseñado a ver desde otra perspectiva, a repensar metas y valores. Ocurrió cuando tenían trece años, durante el programa de practicas de Laboratorio, y solo fue posible porque el distrito escolar rico de al lado estaba en reestructuración.

Cuando volvió la “estabilidad” , el laboratorio común cerró. Fue una experiencia muy satisfactoria con un grupo de jóvenes bastante heterogéneos, a un coste demasiado bajo, como para permitir que continuara.. .

Estudio independiente, servicios a la comunidad, aventuras y experiencia, largos periodos de privacidad y soledad, un millar de diferentes formas de aprendizaje, una por día o más tiempo – estas son medidas potentes, baratas, y efectivas de empezar una reforma real de la escolarización.

Pero ninguna reforma a gran escala va a funcionar de forma que permita recuperar a nuestros jóvenes ya dañados ni a nuestra sociedad enferma hasta que impongamos abiertamente la idea de que la escuela debe incluir a la familia como motor principal de la educación.

Si utilizamos la escolarización para separar a los hijos de los padres – y no nos engañemos, esa fue la principal función de las escuelas desde que John Cotton lo anunciará como el propósito de las escuelas de Bay Colony en 1650 y Horace Mann lo enunciara como el propósito de las escuelas de Massachussets en 1850 – vamos a continuar con el espectáculo de horror que tenemos ahora.

El “Curriculum de la Familia ” está en el corazón de cualquier buena vida. Nos hemos alejado de ese curriculum; es hora de volver a ello.

La forma de devolver la salud a la educación es que nuestras escuelas se liberen del dominio absoluto de las instituciones sobre la vida familiar, es promocionar durante el tiempo de escolarización confluencias de padres e hijos que fortalezcan los lazos familiares. Ese fue mi fin último cuando envié a la chica y su madre al distrito de la costa de Jersey para encontrarse con el jefe de policía.

Tengo muchas ideas para formular un curriculum familiar y estoy seguro que muchos de ustedes también las tienen.

Nuestro mayor problema en conseguir que una vez popularizada esta forma de pensar pueda el sistema educativo ser reformado ya que tenemos unos intereses creados que se apropian de antemano de estas ideas para continuar con la escuela como está, a pesar de la utilización de una retórica aparentemente contraria.

Tenemos que exigir que nuevas voces y nuevas ideas sean escuchadas, mis ideas y las vuestras. Ya hemos tenido un amplio repertorio de voces muy autorizadas y con eco en medios escritos y televisión; una década de debate para todos es lo que se necesita ahora, no más opiniones de “expertos”.

Los expertos en educación nunca han tenido razón, sus “soluciones” son costosas, auto-complacientes, y siempre requieren mayor centralización. Ya hemos visto los resultados.

Es hora de volver a la democracia, al individualismo a la individualidad y a la familia.